Desde que te conocí no puedo evitar abrazarlo todo. Tú me enseñaste a utilizar el abrazo como moneda de cambio y ahora, ya ves, cada vez que un cliente saca el monedero para pagarme, me abalanzo sobre él con los brazos extendidos y lo abrazo.
Y ningún cliente reacciona como tú:
-¿Qué le debo? - me preguntó ayer un hombre
-Anda, deje, no sea tonto, y venga aquí...
-le dije con voz nasal tirándome a su torso.
-¿Pero qué hace? Quítese!... soltó mientras me golpeaba con su maletín de piel.
¿Cómo explicarle a aquel señor, que el abrazo es ahora el único lenguaje que conozco?
¿Cómo explicarle que me haz convertido en una auténtica facista del cariño?
¿cómo quieres qué, después de haber pasado tardes enteras abrazada a ti, me comporte ahora como si nada?
¿En que maldito hechizo carnal me has metido?
Ahora no paro de buscar huecos blandos por todas partes donde poder reposar mi cabeza. Busco el hueco de tú hombro en los huecos de todos los hombros que se cruzan a mi paso. Pero ninguno encaja como el tuyo.
Y además, comienzo a estar un poco harta de que todos esos clientes a los que abrazo (por tú culpa) me acaben pegando o llamando a la policía.
Todos, menos tú.
El abrazo
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 divagad@s comentarón:
eeei qué onda me vine a dar una vuelta por uno de tus blogs :) está padre el post
oralee, yo no se, yo creo que me dejaría llevar por el abrazo, me parece que son de las muestras de cariño mejor diseñadas por el hombre. saludos y si puedes date una vuelta por aqui
Publicar un comentario